domingo, abril 09, 2006
Me alegro de ser de pueblo!
Por una vez en mi vida me alegro de ser de pueblo!! Sí, soy cateta y a mucha honra xDDD
No sé si es una impresión personal pero la gente de ciudad, de la gran metrópolis, está loca.En el sentido más literal de la palabra, loca de remate!! Siempre con prisas, mal humor, estresados, sin paciencia...
Sólo hace falta estar a las ocho de la mañana en Barcelona y se puede ver como la histéria colectiva invade la ciudad y a su gente de buena mañana. Sí! Una forma genial de empezar el día. Gente que cruza la calle sin mirar, coches pitándoles, atascos monumentales, los repartidores de periódicos gratuitos que te lo estampan en la cara... Y se supone que somos civilizados, pues de buena mañana ya tenemos la jungla en medio de la ciudad. A ver quien puede más.
Por no hablar del metro. Más de lo mismo. Vagones repletos de gente malhumorada y sin paciencia que arreglan las cosas a empujones. Allí todo el mundo va a lo suyo y sin tener en cuenta a los demás. Así está el mundo... superpoblado y todos nos estamos volviendo majaretas.
Y mientras escribo esto me acuerdo de aquellos versos de Horacio en los que aprecia la tranquilidad y la felicidad que se respira en la vida del campo, frente a la agitación de la vida de la ciudad y de sus preocupaciones.
Hay cosas que nunca cambian...

Feliz aquel que, lejos de los negocios,
como el antiguo linaje de los mortales,
trabaja con ahínco las tierras paternas
con sus propios bueyes, libre del aguijón del lucro,
y ni se excita como soldado ante el feroz toque de la trompeta
ni se horroriza ante el mar embravecido,
al tiempo que evita el foro y los soberbios umbrales
de los ciudadanos más poderosos.
Antes bien, combina los altos chopos
con los adultos sarmientos de la vid
o se dedica a contemplar en un apartado valle
los errantes rebaños de los que mugen,
y, tras cortar con la hoz las malas hierbas,
planta otras más fructíferas;
o bien conserva en impolutas ánforas densas mieles,
o bien esquila las indefensas ovejas;
así, cuando el otoño hace emerger sobre los campos
su cabeza adornada de suaves frutos,
¡en qué gran medida se alegra aquél recogiendo
las injertadas peras y la uva,
que rivaliza con la púrpura y
que te es ofrecida a ti, Príapo,
y a ti, padre Silvano, guardián de los linderos!
¡Qué agradable es entonces echarse
ora bajo la añosa encina,
ora sobre el denso pasto,
mientras las aguas se deslizan entre las altas riberas!
Las aves se hacen oír en los bosques
y las frondas resuenan con las cristalinas aguas
que manan por doquier,
todo lo cual invita a livianos sueños.
En cambio, cuando la época invernal de Júpiter tonante
depara nieves y lluvias,
o bien hostiga desde todas partes con su enorme jauría
a los feroces jabalíes hacia trampas que les impiden el paso,
o bien tiende con frágiles varillas redes invisibles,
trampas para los tordos voraces,
y caza con el lazo la temerosa liebre y la grulla peregrina,
como los más jocundos trofeos.
¿Quién no se olvida con esto
de las grandes preocupaciones que el amor provoca?
¡Y qué ventura si una honesta mujer comparte
el cuidado del hogar y de los dulces hijos,
como una sabina o como la mujer del infatigable Apulio,
abrasada por el sol; si aviva el sagrado fuego
con leños secos al tiempo de llegar
su fatigado esposo y si, encerrando al retozón ganado
en sus rediles, vacía las ubres repletas y,
acudiendo a los vinos recientes de la dulce tinaja,
prepara manjares que no hay que comprar!


Como me alegro de ser de pueblo!




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